Desde que hace unos años vi a Jesús Gil perorando contra el fraude y la corrupción dentro de un jacuzzi rodeado de un grupo de chicas en bikini, pensé que ya lo había visto todo y que nada de lo que pudiera hacer a partir de entonces un dirigente del fútbol español podría sorprenderme. Con el paso del tiempo, me reafirmé en esta sospecha. Y no por falta de espectáculos grandiosos. Porque uno ha visto cosas como para acabar componiendo un monólogo final tan célebre como el del replicante de ‘Blade runner’. Uno ha visto a presidentes poniéndose en gayumbos en el control de seguridad de un aeropuerto, pegando puñetazos en el antepalco a un colega de otro club, ingresando en prisión con una gorra de rapero, tirándose al Támesis para celebrar un título, llevándose el dinero de las taquillas para irse a una timba…
Ahora bien, ninguno de estos espectáculos me pareció tan redondo, tan nuestro, como el de Jesús Gil y Gil en aquella histórica aparición en ‘Las noches de tal y tal’ de Tele 5. (Porque aquella escena del jacuzzi, además, ofrecía lecturas muy curiosas siempre y cuando uno tuviera el coraje y el rigor profesional de bucear un poco en su patetismo. De hacerlo, uno podía preguntarse por el verdadero significado de la debilidad de Gil y Gil por los emperadores romanos. Porque nadie negará que, metido en aquellas aguas burbujeantes y rodeado de odaliscas, el tío parecía Nerón. Y no sólo eso. ¿Acaso su amor a ‘Imperioso’ no recordaba al que profesaba Calígula a ‘Incitatus’? También las chicas tenían su interés y no me refiero al más evidente. ¿Querría decir algo que fueran exactamente once, como un equipo de fútbol? ¿O que la gran mayoría de ellas luciera unos peinados muy castos, con pasadores y florecillas en el pelo, y recordaran un poco a esas chicas tan dulces que salían en las películas hawaianas de Elvis Presley? ¿Tendrían quizá algo que disimular aquellas mamachichos? Dejémoslo aquí.)
Decía que ningún otro espectáculo me había parecido tan redondo, tan nuestro. El miércoles, sin embargo, cambié de opinión y comprendí que en esta vida todo es superable. Sucedió que tuve conocimiento de que el expresidente del Valencia, Juan Soler, habían sido detenido bajo la acusación de haber organizado el secuestro del que fuera su sucesor al frente del club, el empresario Vicente Soriano. Por lo visto, Soler tenía el plan bastante avanzado y ya había contratado a unos sicarios para que raptaran a Soriano y le convencieran de que lo más conveniente para su salud era que le devolviera los 85 millones de euros que le debía desde hace seis años.
Aquello eran palabras mayores. Lo de Jesús Gil no dejaba de ser un capítulo de Benny Hill comparado con esta chapuza siniestra que daba mucho miedo. Porque Soler da mucho miedo, qué quieren que les diga. Le vi salir de los juzgados, con sus dos guardaespaldas pegando empujones, y no pude evitar fijarme en su mirada incierta, no se sabe bien si de bobo definitivo o de tipo frío y calculador capaz de cualquier cosa. Tras unos segundos de atención, me dije que, antes de tener que relacionarme con él, preferiría irme de vacaciones en tienda de campaña a uno de esos pestilentes pantanos del litoral levantino que describe como nadie el maestro Chirbes. Por cierto, apostaría a que en alguno de ellos Juan Soler tiene todavía los restos de una urbanización que no pasó de los cimientos y ahora es un paisaje ruinoso de yonkis y putas, ideal para que aparezca algún cadáver sin documentación.
El problema es que luego empezaron a salir fotos de Vicente Soriano. Eran imágenes de los buenos tiempos, cuando Soler le vendió sus acciones en el Valencia por 85 millones de euros y él se hizo cargo del club, que ya había preparado el pelotazo del nuevo estadio; ése que ahora no es más que un inmenso esqueleto de cemento en el centro de la ciudad del Turia. Eran imágenes, en fin, anteriores a que estallara, como una ‘mascletá’ nuclear, la burbuja inmobiliaria y todo aquel mundo de despilfarro se fuera directamente a la mierda. Y Soriano también daba miedo, la verdad. Era, eso sí, un miedo diferente al que inspira Soler. Era el miedo que producen cierto tipo de personas de las que no te fiarías en la vida porque, en cuanto ves su careto y su sonrisa sinuosa, los crees capaces de desplumarte al primer despiste, de desaparecer de la empresa dejando siete meses de sueldos sin pagar, de venderte un apartamento en la playa que ya está ocupado por unos abuelos finlandeses… Cosas así.
Que esta pareja se haya sucedido en la presidencia del Valencia no deja de ser sintomático de la particular idiosincracia de este histórico del fútbol español que, tras años de calamidades y despilfarro, ahora busca comprador para salir de la ruina. Reconozco que hay algo en el club ché que siempre me ha llamado la atención, una especie de disfunción estructural que no sé si podrán arreglar algún día. Me refiero al contraste incomprensible entre la extrema exigencia que la afición impone al entrenador y a los jugadores, y lo poco o nada que exige a las personas que dirigen o aspiran a dirigir el club. A los primeros les piden la luna de Valencia, nunca mejor dicho. A los segundos, tan sólo que tengan dinero, no importa cómo lo hayan conseguido. Ninguna exigencia moral, ninguna demostración clara de seriedad y honradez… Es algo que ocurre también en otros clubes y no deja de ser una demostración del infantilismo y la irresponsabilidad que aquejan a tantos hinchas del fútbol, gente que sólo piensa en ganar de cualquier manera y sería capaz de encumbrar a Vito Genovese si éste le prometiera grandes fichajes. Eso sí, un día descubre que su club está en la ruina y su indignación es terrible.
Me gustaría pensar que esta historia tan siniestra de Soler y Soriano sirve para algo; al menos para que algunos estén prevenidos. Pero no lo tengo muy claro.
Fuente del articulo: http://www.elcorreo.com/vizcaya/ocio/201404/12/sabado-desmarques-expresidente-valencia.html